Imprescindible a la hora del silencio, una cuota de moralidad musical enfrentando tanto caos. Las guitarras fluyen tras los campos áureos de las cuerdas y los sonidos electrónicos para confluir unos sobre otros. El recuerdo de mejores tiempos se acentúa y la presencia alterada del futuro parece solidificarse ante nuestra propia cara. Un rayo cósmico cruza la banda del horizonte para dar un brusco sentido al placer de oír. Música sin fronteras, equidistante y sólida, que riega con energía pasiva los rincones de nuestro apetito voraz. La música se desplaza, fluye, recorre cada cavidad y se vuelve sólida materia. Edificante y edificada en arpegios y ecos.